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Opinión

Desde la trinchera universitaria
Cuando los soldados se pierden en CU (y la autonomía tiembla otra vez)

Una confusión vial con olor a historia: el Ejército “se equivoca de ruta” y la Guardia Nacional responde a un llamado al 911. La comunidad universitaria recuerda que la autonomía no admite visitas armadas, ni por accidente ni por protocolo.

​07 octubre 25.- Amanecimos con la pintoresca escena de dos vehículos militares recorriendo los caminos arbolados de Ciudad Universitaria. Uno —dicen los altos mandos con una sonrisa nerviosa— se equivocó de ruta.

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El otro, más obediente a la burocracia digital, acudió a una llamada al 911. Nada que temer, aseguran: sólo un pequeño desliz geográfico. Claro, porque todos sabemos que los tanques y las patrullas con insignias de la Defensa suelen confundirse con los Pumas de Pedregal cuando salen a trotar.

Pero en esta trinchera, donde las memorias no se borran con comunicados, el zumbido de un motor militar entre los muros de lava despierta más que curiosidad. Despierta historia. Una historia de 1968, de botas y cascos, de estudiantes desarmados y de una autonomía herida que todavía no cicatriza del todo.

La UNAM no es un territorio cualquiera. Es, por mandato y por convicción, un espacio autónomo, donde la razón y la palabra sustituyen a la orden y al fusil. Por eso, cada vez que un uniforme verde olivo asoma entre las jacarandas, algo en la memoria colectiva se estremece. Porque la autonomía universitaria no se defiende sólo en los discursos; se respira, se vive, se protege.

El camión del Ejército, nos dicen, sólo giró mal. Tal vez el conductor confundió el mapa con el de una base militar, o el Waze le falló por culpa del espíritu rebelde del Wi-Fi de CU. Lo cierto es que cinco minutos bastaron para que Twitter (o X, según los nuevos evangelios tecnológicos) se incendiara. Cinco minutos que recordaron a muchos lo frágil que puede ser la línea entre la torpeza y la provocación.

Y mientras tanto, la Guardia Nacional hizo su propia entrada triunfal, convocada —según el libreto oficial— por una llamada al 911. Qué curioso que la autonomía universitaria, conquistada con décadas de lucha, pueda ser vulnerada por una simple llamada telefónica. Bastó un click para abrir las puertas de una ciudad donde los soldados no son bienvenidos, ni por error ni por auxilio.

Desde luego, las autoridades universitarias reaccionaron con la prudencia que da la experiencia: comunicados sobrios, aclaraciones formales, y un recordatorio discreto de que aquí, dentro de estos muros, las armas no son invitadas de honor.

El humor, sin embargo, es nuestra trinchera más noble. Y es que uno no puede evitar imaginar al chofer del camión militar, con su GPS anunciando: “Ha llegado a su destino: Facultad de Ciencias Políticas y Sociales”, mientras el copiloto pregunta si ya es hora de pasar lista.

Pero detrás de la risa, se cuela la sombra de la preocupación. Porque si algo nos enseñó el 68 —esa herida viva de nuestra memoria nacional— es que la presencia militar, aun por error, nunca es inocente. La autonomía no se viola a medias: o se respeta o se traiciona.

Así que, entre comunicados y carcajadas, la comunidad universitaria volvió a recordarle al país entero algo que nunca debería olvidarse: la UNAM no se rinde, no se vende y, sobre todo, no se militariza.

Porque si algo tiene claro esta casa de estudios, es que los soldados pueden perderse... pero la autonomía, jamás. Mucho menos en momentos en que el mismo secretario de Segurida Pública, Omar García Harfuch, admite el espionaje militar generalizado en el país, y la violación de los derechos humanos de los mexicanos, por medio de la asesoría de empresas espías de Israel.

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